sábado, 25 de mayo de 2013

EL CACHORRO EMPLUMADO de ELENA PESCE.

EL DORADO

Ser hechicero de las tribus es muy importante. Es conocer las hierbas medicinales, es preguntarse el porqué de las cosas, es tratar de solucionar los grandes y pequeños males. Urutí quería ser hechicero.

El pequeño charrúa, a quien su madre llamaba Cachorro Emplumado, quería ser hechicero del País de las Muchas Colinas. Y ayudar a los sabios ancianos a recuperar el sol.

Ya sé que parece raro, pero las cosas sucedieron así, como las estoy grabando con mis garritas  y mis dientes en esta corteza de árbol.
En el país del Hace Tiempo, el Sol había desaparecido del País Alto.

Los campos habían quedado a oscuras. Los bichitos se confundían de madriguera, los ríos corrían a tientas entre los pastos. Y las naciones emplumadas vivían chocándose, unas con otras, diciéndose:

 "Perdone usted, ¿le aplasté mucho la nariz?" O si no: ¿Perdone usted, ¿le pisé justo el pie lastimado?"
Todo el día vivían tropezándose y pidiéndose disculpas las naciones emplumadas del País de las Muchas Colinas.
Porque no había luz en la Tierra.

Nadie sabía donde estaba el Sol. Todos ignoraban cómo había desaparecido. Pero los hechiceros estudiaban el problema. Los sabios médicos de las tribus pensaban en cómo recuperarlo.

 Urutí también pensaba en el problema. El Cachorrito Emplumado siempre trataba de hallar solución para los males. Igual que los hechiceros.

En la choza de cueros, la madre modelaba una vasija de barro. Se le había roto otra adornada con rayitas y necesitaba un nuevo cambuchí para guardar la fruta de mburucuyá que había juntado.

 También preparaba un almuerzo abundante. Carne jugosa de tatú, servida en su propia coraza, fruta de chirimoya y jugos de yatay.

Urutí estaba pensativo, sentado en el suelo cerca de ella. Mordisqueaba unas jugosas moras que la madre le había dado y se preguntaba cómo podría llegar a ser hechicero.

-Madre- ¿qué tengo que hacer para que me nombren hechicero de las tribus?
-¿Hechicero?... ¿Hechicero?...
- Sí. Contestó el pequeño, bamboleando en su cabeza la pluma de búho distraído.
Ella miró a su niño con los ojos llenos de sonrisas y le dijo:
-Para ser hechicero, hay que ganar tres plumas de caburé, mi Cachorro Emplumado.
-Ah!!...

La madre siguió dándole forma al precioso cambuchí nuevo que iba a decorar con rayitas y estrellas.
Urutí preguntó al cabo de un momento:
-¿Y cómo puedo ganarlas?

-Las plumas de caburé las ganan muy pocos, mi Cachorrito. Solo los que tienen la cabeza pesada de sabios pensamientos. Y la espalda curva de busca entre los pastos las hierbas que curan.

-Ah!!!...- dijo Urutí. Y después repitió: -¿Y cómo podría ganarlas, madre?
Ella sonrió y pensó un ratito.
-A ver...- seguía pensando la madre-, a ver...


Los cazadores estaban distraídos trabajando: chaz-chaz, cortaban piedras, fiz-fiz, pulían flechas, zic-zic, limaban arcos.
Hola dijo Urutí. Y se puso dos luciérnagas en la frente para que lo vieran.

-Ah! -dijeron los cazadores-. Es Urutí, el Cachorro Emplumado.
-¿Qué hace lejos de la toldería el cachorro charrúa? -preguntaron.

-Quisiera ganar una pluma de caburé. Quiero ser hechicero- dijo el pequeño-. ¿Me darán una pluma los hechiceros cuando cuelgue el sol en el País Alto?


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